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Sobre “Los territorios ausentes”

En Todo lo escrito es un lago, Uriel Quesada desborda corporalidad, la propia –llena de historias fascinantes–, la de sus seres queridos –siempre presentes en su vida– y la de los lugares –imaginarios, físicos o en plena formación– donde todos estos cuerpos confluyen. Estamos ante una obra que mezcla biografía con literatura de viajes y ensayística, y que expone las contradicciones del migrante que comprueba con resignación que se ha vuelto «ciudadano de ninguna parte» que ha de seguir su viaje «quién sabe hasta dónde y hasta cuándo» Diego Mora.

Sobre “Los territorios ausentes”

En la Feria Internacional del Libro de Costa Rica de 2018, un editor me hizo una pregunta que entendí como una invitación: ¿Tenía cuentos sobre mis experiencias en Estados Unidos? Ese fue el origen de “Los territorios ausentes”, que no es solamente una recopilación textos escritos entre 1997 y 2018, sino también una reflexión sobre las migraciones, las minorías -étnicas, raciales y sexuales- y por ello mismo sobre la otredad. Si hay algún elemento que recorre estos cuentos es, precisamente, el desplazamiento geográfico. La geografía resume otras formas de deambular, de estar y no estar, de estar sin ser, o ser a pesar del lugar donde uno se halla. Hay en este libro ciudades, desiertos, barrios, grandes extensiones en las cuales los personajes se pierden. Al final, sin embargo, siempre se produce un encuentro con otras personas, pues lo mejor que nos espera al final de cada viaje es ese alguien que le dará sentido a cada riesgo y cada aventura.

Sobre “Vivir el cuento”

Personalmente creo que en la escritura del cuento hay un propósito de brevedad. Claro que “breve” es un concepto esquivo. Yo mismo he escrito cuentos de un par de renglones y cuentos de casi cincuenta páginas. La brevedad, sin embargo, se logra por un uso muy consciente de los recursos narrativos (las musas no existen, al menos no para mí), guiados por la concisión, la precisión y la economía. Como han señalado varios escritores antes, el lector juega un papel central en completar el sentido, expandiendo sin necesariamente proponérselo las posibilidades de significado del texto. Ese reto no es nuevo, viene de una larga tradición en la que los cuentos –orales o escritos– plantan en nuestra imaginación un mundo que vamos haciendo más y más complejo cada vez que leemos u oímos la historia. Como lector, me gustan las historia que me causan un impacto inicial, que no me dejan indiferente, que me invitan a volver para descubrir lo que estaba implícito o sugerido, lo que se dijo como por casualidad pero forma el corazón del conflicto, lo que explica la reacción o el destino de los personajes.

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